Salvando a otros
2020/07/01
Oyasama dice:
«Salvando a otros te salvarás».
Hay noches en las que no podemos conciliar el sueño. Y mientras más nos impacientamos: «¡Quiero dormir, quiero dormir!», más nos despertamos. Pero, cuando dejamos de pensar en «tengo que dormir», al darnos cuenta, ya han pasado varias horas desde que nos quedamos dormidos.
De la misma manera, si uno desea más y más «ser salvado», la angustia se irá incrementando gradualmente. No podremos dejar de pensar en el bienestar propio, inquietándonos cada vez más. Por eso, aunque queramos distraernos disfrutando de una buena comida o viendo alguna película, esto solo nos brindará un alivio momentáneo.
En ese momento, si vemos a nuestro alrededor, tal vez podamos encontrar a alguien pasando por problemas o adversidades. Entonces, pensamos: «Esta persona también está pasando por un momento doloroso, quisiera hacer algo para ayudarle». Haciendo a un lado nuestras prioridades, utilizamos nuestro cuerpo y mente para ayudar a esa persona. De pronto, nuestro corazón recobra el ímpetu.
El mejor remedio para el desánimo es el deseo de ayudar a otros, centrando nuestra atención en los demás en lugar de uno mismo. Además, la sonrisa que podamos recibir después de haber entregado toda nuestra sinceridad hará que olvidemos nuestros propios problemas. Este es uno de esos momentos en los que sentimos verdaderamente que vale la pena vivir.
Una persona brilla más cuando se dedica con todo su esfuerzo a alegrar a otras personas. Con ese espíritu de ayudar a otros, uno se ve más joven y con vitalidad que al gastar dinero en cosméticos, tratamientos estéticos o artículos de moda de marcas reconocidas.
Es difícil ser feliz esperando recibir siempre algo de los demás. Es como un rey rodeado de numerosos sirventes; estos no evitarán que tenga más preocupaciones que una persona común.
Para alcanzar la felicidad no son necesarias teorías ni filosofías complicadas. Solo debemos ayudar a otros a encontrar la felicidad y, de manera natural, nosotros también podremos experimentarla. Dios Oyagami, creador de la humanidad, nos diseñó de esta manera.